Una vez acabada nuestra visita a Vall de Gerber y con ella nuestro periplo por el territorio del Parque Nacional d’Aigüestortes, nos lanzamos carretera abajo desde el port de la Bonaigua y la estación de esquí de Baqueira-Beret hacia el valle de Aran, disfrutando desde el coche de la sensación de estar de repente en un país muy lejano.
Tras una parada logística en el Mercadona de Viella, donde pudimos degustar ese bello idioma desconocido para nosotras que es el aranés, a medio camino entre el catalán, el francés y el vikingo, (si durante esta entrada os parece que se me ha roto el teclado repentinamente, no os asustéis), seguimos ruta hasta llegar a nuestro alojamiento, en todo el centro del valle. De camino llegó la lluvia prometida, en forma de nube blanca y gigantesca deshaciéndose en la misma carretera. Menos mal que estábamos a sólo diez minutos de nuestro destino.
Es tarde-noche la pasamos en un bungalow super bien equipado en el camping Prado Verde, situado entre la misma carretera y el rio Garona. Pudimos disfrutar de un baño caliente de nuevo, de una agradable tarde jugando a 7 Wonders Duel en el porche de la casita, disfrutando de ver la lluvia caer mientras los perros lo dormían todo, y de una estupenda cena caliente en absoluta tranquilidad.
Amaneció muy pronto (como todos los días del viaje), con bastante ruido (porque por lo visto en Vall d’Aran los horarios no son como en el resto de España y a las seis ya había varias máquinas y obreros trabajando en la margen del rio) y muy nublado. Aunque nos habían ofrecido quedarnos todo el día con el bungalow si queríamos, preferimos recogerlo todo y salir lo antes posible para aprovechar al máximo el día, ya que esa misma tarde ya teníamos que estar en Benasque.
Aunque no llovía, moverse entre las nubes era bastante parecido. Pese a ello, con nuestro fiel Megane nos subimos al precioso y aislado pueblo de Bausen en los confines de Vall d’Aran, para hacer una breve pero espectacular ruta por el hayedo de Carlac.
La meteorología nos hizo decantarnos por las sandalias para esta ruta, y no nos arrepentimos ya que gran parte del sendero estaba totalmente encharcado, además de ropa ligera y la impermeable, que no llegó a salir de la mochila porque realmente no llovía y hacía muy buena temperatura. Desde el pueblo, escogimos comenzar la ruta circular con una fuerte subida hasta el Coll de Pan por una zona medio rural, en una humedad un poco asfixiante, mientras que las nubes no sabían si irse o quedarse.
Y, una vez superada esta altura, sólo nos quedaba disfrutar de la ruta en suave bajada. Pronto nos internamos en el hayedo, donde nos olvidamos absolutamente de la meteorología y de toda la realidad cotidiana, salvo quizá por el momento en que nuestros teléfonos decidieron coger señal de Francia y nos informaron amablemente de que nos iban a pegar un sablazo en roaming.
Desde que estamos en Catalunya, hemos tenido la suerte de visitar un montón de hayedos y bosques mixtos preciosos. El bosque de Carlac destaca,no tanto por la edad de los individuos (que la tendrán), si no más bien por las formas y disposiciones de los árboles, que sin duda han sido propiciadas por la explotación humana hace no tantos años, además de las esporádicas y espectaculares vistas a los valles y la humedad y el verdor exhuberante que lo impregna todo. De cualquier manera se trata, como dicen, de un bosque de cuento o de película al que, como de costumbre, las fotos no hacen justicia. Aun así no he podido resistirme a poneros unas cuantas 😀
Nos olvidamos visitar la tumba de la amada Teresa, si lo hubiera sabido entonces, habría sido una bonita forma de acabar el paseo :(. Total, tras unas tres horas que, como veis, nos tomamos con mucha calma, volvimos al punto de inicio mientras el día parecía despejarse, y nos montamos en el coche con idea de ir a Francia antes de buscar un lugar para comer. Sí, o sea, ir y ya. Así que cogimos la carreterita y cruzamos la frontera, visitando el pequeño pueblo de Fos.
Tras la épica aventura retornamos a España y, de nuevo con el coche, nos subimos a Eth Portilhon con idea de comer por allí. Como no encontrábamos sitio que nos convenciera para parar, seguimos y seguimos y bajamos y acabamos de nuevo en Francia (las fronteras aquí son un poco cachondas), donde también hicimos un poco de turismo por Saint-Mamet y Luchon.
Al final, nos tocó volver a subir el puerto para comer cerca de allí, en un antiguo merendero con una fuente, ahora abandonado. No nos entretuvimos mucho, las nubes volvían a agruparse, así que el café lo tomamos en el coche junto al mirador, disfrutando de las últimas vistas del valle antes de que todo volviera a desaparecer entre las nubes.
Entonces retornamos en dirección a Es bordes desde donde nos adentramos en el valle dera artiga de Lin para una nueva visita relámpago. Aparcamos junto a los Uelhs deth Joeu tras sobrecogernos un poco por la violencia de las avenidas, que habían sembrado el estrecho valle de troncos y rocas más grandes que nuestro coche. Medio lloviznando, iniciamos el breve recorrido por las cascadas y el espectacular valle.
Una pena que estuviera todo tan cubierto porque no pudimos ver el circo en todo su esplendor, pero aun así nos impacto y por otro lado creo que fue aún más místico. Como todo, cuando se pete de turistas será triste, pero en aquella soledad absoluta nos dejó prendadas.
Y entonces empezó a llover mucho, aquí sí que no nos quedó más remedio que impermeabilizamos rápido para poder terminar la ruta tranquilamente bajo una lluvia realmente agradable, tras un paseo de una hora aproximadamente.
De vuelta en el coche fue el momento de continuar viaje hacia Huesca, no sin antes avituallarnos para el resto de las vacaciones en el mercadona de Vielha. Casi todo el camino fue con lluvia hasta casi llegar a Benasque, pero lo poco que pudimos disfrutar cruzando la enorme mole de los pirineos por debajo también mereció la pena.
Nos alojamos en el Camping Aneto, de nuevo en «habitación» que no bungalow, el cual se nos pasaba un poco de presupuesto. Aquí pasaríamos las tres ultimas noches bajo la atenta vigilancia de la Tuca de la Trapa. Las comodidades en este alojamiento disminuyeron bastante, pero bueno, tampoco es que fuera un desastre y pudimos más o menos descansar.
Lo necesitaríamos y mucho los dos días siguientes, por buenas y malas razones, pero ese relato tendrá que esperar al próximo post. No obstante, como me gusta cuidar a mis lectores, no os dejaré con tan mal sabor de boca…